En los días en los que se cumplen 25 años de tu partida, vuelvo a pasear por los lugares de la infancia, esos que recorría de tu mano en los primeros compases de mi vida y a los que te acompañé en los últimos de tu transitar.

Hoy, un cuarto de siglo después, abandonada la tristeza -aunque con lágrimas aún por verter- sigo sintiendo tu presencia en todos y cada uno de esos rincones. Sigues junto a mí. En mi quehacer cotidiano, en estos lugares compartidos, en mis pensamientos… Reconozco tu impronta en muchos de mis gestos, de mis acciones, de mis tesituras. Cuántas veces decidí los caminos a recorrer tras deducir cuál de ellos hubieses escogido tú.

Creo que nadie se va realmente mientras permanezca en el pensamiento de una sola persona y, por ello, sé que sigues ahí, velando mis sueños, celebrando todo lo que en la vida hago bien y recriminando aquello en lo que no estoy acertado.       

Por todo ello es por lo que no quiero sentirme triste en este aniversario de aquel no amanecer de la navidad del 97. Quiero celebrar que sigues ahí guiando mi camino, decantando mis decisiones y celebrando el bienestar de todos los tuyos. Mi objetivo vital es poder, cuando llegue mi último viaje, dejar un recuerdo entre los que se quedan aquí similar al que tú has dejado en mí. Gracias por tanto, mamá.